El viaje de egresadas y egresados ¿ritual de iniciación?

Desde la década de los años 60, el viaje a Bariloche que realizan cientos de jóvenes que egresan de la escuela secundaria se volvió un ritual. Esa experiencia, considerada como la finalización de una etapa en la cual se separan de su familia poniendo a prueba su autonomía de la mano del grupo de pares, a la vez que inician el duelo por separarse del grupo de contención que les vio crecer, promueve una sexualización que debe ser abordada en las aulas desde la mirada de la ESI para poder ayudarles a superar como exponerse a situaciones de riesgo. Los sentimientos de pérdida, tristeza y depresión que viven frente a la culminación del secundario, intentan borrarse a través de lo vertiginoso y eufórico que les plantean las agencias de viajes.
Por María Inés Alvarado
para Diario Digital Femenino
¿Qué esperan los y las adolescentes de este ritual casi sagrado, cargado de expectativas y de dudas? Sin duda, la vivencia de una situación transgresora y disruptiva que les ayude a afrontar su pasaje a la adultez. Esto no debiera pensarse como un peligro, sino todo lo contrario. La adolescencia necesita tanto los límites del mundo adulto como de la transgresión para aprender a transitar su propio camino a la madurez. Lo que tal vez debemos cuestionar hoy es el rol de acompañamiento que podemos ofrecer como padres, madres o educadores frente a la mirada que ofrece la ESI para vincularnos con esas vivencias desde algún lugar de responsabilidad, para ofrecer espacios que ayuden a su crecimiento, sin una mirada negativa ni demasiado blanda.
En el caso del viaje a Bariloche, en la adolescencia, la cuestión disruptiva pasa por la noche y los excesos. La posibilidad de pasar varias noches fuera de casa, sin un control parental permanente, en compañía de miles de jóvenes en la misma situación aumenta las preocupaciones de familias y docentes, quienes vinculan este momento con su propia adolescencia y adoptan respuestas que se manifiestan en dos polos bien opuestos: por un lado, el del miedo frente a lo desconocido, cargado de ansiedades y recomendaciones y por otro, el del libertinaje abusivo que promueve una alteridad casi familiar en el comportamiento adulto, promoviendo esos excesos y provocando mayores conflictos a un viaje que debería transitarse como un momento lleno de vivencias inolvidables.
El vínculo de confianza, comunicación y contención que cada familia debe lograr con sus hijos e hijas adolescentes se construye a diario y no cuando alcanzan el tan soñado viaje. ¿Qué pasa en esos días fuera de casa? Las agencias de viajes estudiantiles promueven una vida plagada de felicidad. Excursiones a sitios bellísimos, lugares donde jugar y divertirse es el principal objetivo como una vuelta a la infancia, recorridos de noches eternas al ritmo de la música de moda, todo bañado en una euforia que enceguece los sentidos y no les deje tiempo de pensar en quienes se quedaron en casa. Si a este combo se le suma la sexualización que promueven las fiestas en los boliches y el abuso que hacen del alcohol como puerta de entrada al desenfreno y a la desinhibición, se genera un combo difícil de sostener.
Hasta el año 2005, existía una normativa que posibilitaba a docentes acompañar a grupos de estudiantes a su ansiado viaje. De esta manera, podía pensarse como un cierre gratificante de la escolaridad, con el apoyo y la confianza de las instituciones que garantizaban un momento de disfrute de la mano de quienes conocen al grupo, saben poner límites y pueden contener las situaciones grupales que aparezcan. La Resolución 2836/05, al eliminar la justificación de inasistencias para acompañar adolescentes que egresan, les quitan a las instituciones la posibilidad de ser parte de este momento de crecimiento y dejando librado al azar de las familias, el control de cientos de jóvenes transitando por las calles del paraíso elegido, sin rumbo, sin límites y sin una palabra de contención que denote autoridad.
Quienes hemos tenido el privilegio de acompañar grupos de estudiantes, sabemos que la mayoría de madres y padres que se postulan para realizar esta tarea, lo hacen principalmente desde el lugar de “complicidad”. Se vuelven complacientes con el consumo desmedido de alcohol, les compran las bebidas a espaldas de los sistemas de prevención, reparten preservativos como si fueran caramelos, defienden situaciones abusivas con la frase “es cosa de chicos”, solucionan problemas que deben afrontar de manera individual y viven el viaje como si fuera su propio egreso. Son adultas y adultos que miran sin ver, pero que luego echan culpas a la educación si ocurre algo que escapa de sus planes.
En la adolescencia no se toma alcohol por el gusto de hacerlo, se toma para emborracharse y soltar inhibiciones, perder la vergüenza, los miedos, y hacer todo aquello que la sociedad les dice que está mal o que no deben hacer. La juventud encuentra en el alcohol el camino hacia los fácil y lo seguro, pero no miden los riesgos que pueden encontrar en ese recorrido. ¿Qué deberíamos hacer como docentes y desde la ESI? Ayudar a las escuelas a no desvincularse del tema, fomentando el diálogo, hablando sobre las expectativas individuales y grupales, trabajando la prevención, invitando a las familias a participar sin reprimir ni habilitar la permisividad desmedida, escuchando que tienen para decirles, cuáles son sus miedos y que esperan que pase en ese viaje, sin sobreproteger ni abandonar, pero soltando la mano para ayudarles a descubrir su propio camino. Involucrarse, como un trabajo continuo, a lo largo de toda la escolaridad.